miércoles, 15 de abril de 2009

Homenajes


En México basta leer el suplemento cultural de cualquier periódico para ser culto. Esa pretensión, de acuerdo con las estadísticas, aquí no es descabellada, y basta con tales ímpetus para considerarse un lector y despachar de botepronto a Thomas Mann, por ejemplo. (Me sé de memoria La Montaña Mágica sin haberla leído, le escuché a un intelectual mexicano un día, de verdad sin querer; un tipo premiado y multicitado, no dudo reencontrar luego la frase, proferida ahora por un listillo admirador de nuestros jóvenes ensayistas.) Si en lugar de refinarse cualquiera de aquellas golosinas semanales en los periódicos uno llega a leer incluso un libro, algún juarista le cuelga a uno el título de licenciado en letras, lo que sea que eso signifique. Y entonces empieza la carrera: tiene uno permiso—una licencia—para exhibir públicamente el complejo de inferioridad con la más vulgar de las respuestas: la exacerbación del ego. Mastica uno el idioma, lee y relee los manifiestos de moda y los adopta al pie de la letra. Y escribe. Escribir es lo más fácil del mundo, todo mundo lo hace, es incluso más fácil que leer, y más prestigioso. Es por eso que se publica tanta mierda (empezando por este blog), pero no nos escandalicemos: nadie la lee. Y cuando uno al fin ha escrito un libro, algún ex hacendado cristero le cuelga a uno el título de doctor, doctor en letras—o en lo que sea, hay muchos abogados e historiadores también, hasta creo que se ve mejor—, y quizá le da algo de dinero, algún premio local, alguna beca en el extranjero. Y así estamos todos contentos, porque el sistema funciona y porque el intelectual se conforma con muy poco—sabe en el fondo que ya es bastante sacar algo de comer de su basura. Y así pasa uno los años diciendo idioteces hasta que llega la vejez y uno reclama la gloria. En México se hace carrera literaria en pos de la gloria. Vienen entonces los homenajes, como ahora uno que le hacen a José Emilio. Por qué se homenajea: porque un político se está promoviendo o porque un grupo de jóvenes ambiciosos y espantados esperan que en su vejez los halaguen de igual modo o porque una universidad tiene algo de presupuesto sobrante. O todo eso a una. Pero me inquieta más saber por qué alguien recibe un homenaje; ¿es que realmente lo cree necesario, justo, pertinente? El escritor que recibe homenajes es un hijo de puta o a veces sólo un ignorante. O todo eso a una. Luego de que José Emilio escribió y publicó un cuento y una novela decentes, nos fastidia aquella buena impresión (que el sin fin de pésima ficción y aun peor poesía—o supuesta—no había arruinado del todo) dejándose hacer felaciones públicas. (Y qué hay de mí: ya leí alguito, escribo en este blog, dónde está pues mi título, mi homenaje.) Pero esto quizá no se ve sólo en México, sino en todos lados. Yo prefiero no saber, porque me pondría triste uno o dos minutos.