domingo, 28 de octubre de 2007

El principio que amenza ser final


La pregunta es clara y precisa; espero que la respuesta lo sea mucho menos. En principio, traeré a colación a un invitado que, después, se convertirá en protagonista. Las palabras de Cortázar las recuerdo imperfectamente: la diferencia entre una novela y un cuento es la diferencia entre ganar una pelea por puntos o ganarla por knock out. Este símil me permite comenzar la respuesta. Hablamos de una caída de la literatura latinoamericana (como queremos que quiera Bolaño) y yo pregunto: ¿la caída es por knock out o por puntos? Es decir: ¿cae la literatura por un buen golpe a la mandíbula o por su propio peso? O ni siquiera eso y en lugar de hablar de una caída lo que debemos plantear es un camino; un camino, eso sí, de obstáculos, como cualquier otro. No importa, hablemos de caída y hablemos entonces de la comparación propuesta. Para saber que hemos tocado fondo es necesario no perder la vista la cima de la cual hemos caído. Digamos, por algo decir, que concebir la narrativa latinoamericana como un conjunto de cimas de, más o menos, la misma altura es un ejercicio sano. Hay, sin embargo, desniveles sobre los cuales ya habrá tiempo de hilar incoherencias. Los dos extremos, geográficos, por principio, son México y Argentina (Chile, con todo y la ironía –y justo por ella- de esta primera entrada, es tierra de poetas). Junto con Venezuela, han sido ambas las capitales editoriales del continente (Cuba corrió parejas también un tiempo). En historia son completamente distintos, tan distintos, para decirlo rápidamente y mal, como el criollo y el mestizo. Pero hablamos de literatura y por eso digo que juntos, ambos países se bastan: Macedonio, Arlt, Borges, Puig, Cortázar, Walsh, Piglia (faltan tantos) sólo pueden equipararse a Reyes, Rulfo, Arreola, Revueltas, Tario, Elizondo, Pitol (faltan tantos). Y vuelto a la pregunta: ¿pasa lo mismo con ambas narrativas? Y respondo ahora que no, que definitivamente no. Tiendo a pensar apocalípticamente que la diferencia entre ambas es una cuestión de actitud. Ni de calidad, ni de cantidad, ni de principios estéticos, ni de nada salvo de actitud. Caso sintomático: César Aira, novelista menor de la Argentina actual, cuya denominación de origen consiste en arruinar perfectos argumentos y convertirlos en novelas mediocres (claro, según él, su obra parte de una crítica implícita al concepto de verosimilitud como principio artístico) no tiene empacho al afirmar que el mejor Cortázar está destinado a ser un mal Borges; que sus cuentos son buenas artesanías y que, salvo “Casa tomada”, el resto de su obra es deplorable (véase Aquí). El asunto es el siguiente: si cualquiera en México se atreviera a injuriar así a alguna de nuestras glorias, ¿qué sucedería? El escándalo sería inaudito (el Botón de muestra: la lamentable controversia acerca de la calidad y compromiso de la Poni, ya no de Cortázar). Que Aira difame o no a Cortázar es lo de menos. Que aquí nadie se atreva a ponerle mano a Fuentes o a Rulfo (claro abismo entre ellos) es lo de más. La literatura argentina cae y se levanta, se reformula, se insulta: vive. La mexicana nunca cae, se petrifica en sus ídolos peligrosamente. ¿Qué sigue?

viernes, 26 de octubre de 2007

Un principio, una pregunta

No es que se me dé lo de las metáforas, lo de la literatura. Pero leía unas líneas de Roberto Bolaño cuando hallé un pretexto para casi cualquier cosa. Es sobre periodistas, periodistas culturales pero también de nota roja y de política, al final todos reunidos donde ha de ser: “Generalmente acaban en un local de putas de la colonia Guerrero, un enorme salón presidido por una estatua de yeso de Afrodita de más de dos metros, probablemente, pensaba él, un local que había gozado de cierta gloria licenciosa en la época de Tin-Tan, y que desde entonces no había hecho otra cosa sino caer, una de esas caídas interminables y mexicanas, es decir una caída pespunteada de tanto en tanto por una risa en sordina, por un disparo en sordina, por un quejido en sordina. ¿Una caída mexicana? En realidad, una caída latinoamericana”. Pero qué carajo, de qué está hablando. De pronto tuve una visión feliz: sin periodistas, o triste: sin puteros. Sin Tin-Tan, sin Afrodita, sin mitos, pues, o con mitos desinflados. Y se me ocurrió, como al que se le ocurre tomar una cerveza que no quiere ni necesita: está hablando de literatura. Esto es: de tradición. Esto es: de historia: de nada. O de muy pocas cosas, y todas, aunque pocas, desordenadas, al grado de no hacer nadie nada nunca por ese desorden, que parece, aunque sólo, inmenso. Ya dije que el parrafito de Bolaño es pretexto para casi cualquier cosa: podría uno pensar en política, la mexicana y la latinoamericana, o en desigualdad social o en economía, o en esas cosas importantes, pero no tengo interés por lo importante: compro un trago, y no comida, con mis últimas monedas. El párrafo habla entonces de literatura. Los periodistas pueden ser escritores entusiastas; el putero venido a menos, donde irremediablemente acaban, sin importar rangos ni abolengos literarios. La caída la sentimos todos; el apagado grito que acompaña esa caída, o sea su falta de importancia, hipocresías aparte, también. Cualquiera puede estar en desacuerdo y decir: La narrativa mexicana goza de excelente salud (por capricho nos limitaremos a hablar de la narrativa mexicana, como quien toma del refrigerador una Indio, habiendo Victoria, ambas la misma mierda), pero dije ya “cualquiera”: notemos si ese individuo está ganando varo, publicando su basura en los periódicos, asistiendo a congresos, es decir, si extra-literariamente se beneficia de la “literatura”. Pero quién es la tercera persona del singular, quién el “pensaba él”. Voy a convertirla en primera, primera persona (¿del plural?), como uno más que está cayendo, visitando quizá por primera pero no única vez el putero venido a menos. Y me concentro en la pregunta: ¿es la descrita una caída latinoamericana, hablando de narrativa? Contrastemos: ¿el de Argentina, por ejemplo, se parece en algo al lamentable caso de México? Si no, por qué; si sí, en qué.