miércoles, 18 de agosto de 2010
Del testamento al autosabotaje
viernes, 13 de agosto de 2010
La biblioteca o el jardín 1
En noviembre de 2009 viajé a Buenos Aires rastreando las lecturas de Macedonio Fernández. Me sumergí en su archivo de manuscritos infinitos y en los restos de su biblioteca personal, y exploré también las estanterías de la biblioteca borgeana. Entre otras cosas, estos sitios me sugirieron lo siguiente:
En la historia del archivo de Macedonio hay una relación inversamente proporcional entre sus dos componentes: manuscritos propios y libros ajenos; mientras los primeros crecían en número, los segundos iban disminuyendo o dispersándose. Dejo el relato de esa dispersión para otro momento. Lo anterior no quiere decir, por supuesto, que Macedonio dejara de leer sino que el atesoramiento de libros no le interesó. A diferencia de Borges, no manifestó pasión de coleccionista. La desproporción entre las bibliotecas que Macedonio y Borges dejaron tras su muerte –la pequeñez de la del maestro, escuálida frente al portento de la del discípulo– tiene que ver, entre otras cosas, con el modo en que resolvieron (tanto en sus vidas como en sus textos y en la imagen de sí mismos que proyectaron) lo que podríamos llamar el conflicto entre la biblioteca y el jardín; la pugna entre los libros y la vida, entre lectura y experiencia.
“Todo esto forma parte de una tradición literaria: cómo salir de la biblioteca, cómo pasar a la vida, cómo entrar en acción, cómo ir a la experiencia, cómo salir del mundo libresco...” –dice Piglia en El último lector. Otras veces, el problema es entrar o permanecer en la biblioteca. Macedonio y Borges fundieron en su obra esta encrucijada personal con otros tópicos (las armas y las letras, civilización y barbarie) y la moldearon con visiones ya clasicistas, ya románticas, de sus figuras de autor. Poco a poco, recorreré algunas huellas de este dilema en su escritura.
“Quiero escribir, pero todo me rebasa. No soy escritor pero debo ser algo. Le dije a un amigo: ‘quiero ser lector’” –me dijo un extemporáneo. “¿Para qué leemos?” –pregunta otro extemporáneo, en un post anterior. No lo sé, pero quizá la experiencia de la batalla silenciosa, a veces desgarrante, entre la biblioteca y el jardín sea uno de los síntomas que hermanan a los lectores.