jueves, 14 de mayo de 2009

Del formidable trago de veneno



Salgamos a la vida, a trabajar y a ganar experiencias y emociones. Quedémonos en casa, a leer, a escribir. Seamos prácticos, útiles para el mundo; seamos orgullosos críticos desde nuestros pedestales de papel y tinta. Seamos los héroes de carne que se amarran piedras a la espalda para abrir puertas. Castiguemos al mundo con el abandono de nuestra altura moral e intelectual. Llamemos mezquino al viejo usurero Arthur Rimbaud; genio al niño poeta--o al revés. O interesémonos más bien por el goleador del momento y por sus costosos adornos femeninos; recriminémosle su hospitalización postrera, hinchado de alcohol y de heroína y de cierta tristeza. Hagamos héroes y luego otros más. Distingámonos del vulgo, procuremos ser originales--la más vulgar entre las ambiciones. Escribamos versos incomprensibles para nuestra vanidad y para provocar el halago temeroso de los intelectuales, o escribamos recibos y pagarés. Fumemos, bebamos licores fuertes como metal fundido, o bebamos sólo agua y café descafeinado, quince francos al mes, todo está muy caro. Tomemos partido frente a esta división del mundo que, de cualquier forma, también está errada, y es falaz y es perezosa. Luego escondámonos, cada quien en su refugio, a practicar la única actividad sincera que hasta ahora habremos concebido: nuestro modo personal de onanismo acobardado. Miremos la flor nueva, la sonrisa del niño, la figura de dragón que el azar ha dictado a cierta nube, y aceptemos la alegría; luego mirémonos por detrás, como el que se miró escribiendo, y abandonémonos ante la tristeza de tal, nuestra alegría. Todo es lo mismo. Ni el error es tan terrible, ni el acierto satisface.


Ya se ha dicho que hablar es tener demasiadas consideraciones con los demás.

2 comentarios:

Emilio dijo...

Este blog es una maravilla Lear y el otro extemporáneo. Gran texto. Saludos,

Anónimo dijo...

de los amigos de lear soy amigo. ¡saludos!