sábado, 2 de abril de 2011
El problema del tema
viernes, 1 de abril de 2011
De la sencillez
Máximo Gorki escribe sobre Antón Chéjov: “de una hermosa sencillez él mismo, amó todo lo sencillo, lo real, lo sincero, y tenía un talento propio para acallar las pretensiones de los otros”. Cualidad que en general escasea sin duda, y que, como toda otra, se celebra con sentido aplauso inmediatamente. El gran autor Chéjov, rindiéndose a la belleza de lo ordinario y desenmascarando la elaborada hipocresía intelectual y de gusto entre los demás. El mismo Gorki recuerda una charla entre dos damas extremadamente amaneradas y el generoso Chéjov: “Cómo cree usted que terminará la guerra, Antón Pávlovich”, “Sin duda, en paz”, “Eso por supuesto, pero quién ganará: ¿los griegos o los turcos?”, “Me parece que ganará el bando más fuerte”, “¿Y cuál considera usted el bando más fuerte?”, “Aquel mejor alimentado y mejor educado”, “[a otra dama:] ¿No es astuto?, pero ¿cuál bando prefiere usted, Antón Pávlovich, los griegos o los turcos?”, “Me gustan las pastillas de frutas, ¿y a ustedes?”, “Oh, ¡sí!”, exclaman excitadas. Gorki sigue: “los tres continuaron una animada conversación sobre pastillas de frutas mostrando una maravillosa erudición y un intrincado conocimiento del asunto. Por supuesto, ellas estaban encantadas de no tener que cobrar a su cerebro el esfuerzo ni fingir verdadero interés en los turcos y los griegos, sobre quienes no habían tenido un solo pensamiento en la vida hasta el presente instante”. Tal es la sinceridad de Chéjov, muy similar a la de los autores contemporáneos que, porque el público no está para grandes temas—lo que sea que eso signifique—, escriben y escriben sus poemitas y sus cuentitos, sus novelitas y sus ensayitos sobre pastillas de frutas. Porque no hemos de escupir a los lectores en la cara ni a decirles abiertamente que no están a la altura del tema—pues acaso nosotros mismos no estamos a la altura del tema. En cambio, les hemos de hablar de lo que a ellos verdaderamente ocupa—y a nosotros, secretamente—y argumentar que semejante insulto es más bien nuestra sencillez, nuestro talento, nuestra generosidad. Pues nosotros, los autores, sabemos, ni duda cabe que sabemos, pero tú, lector, no entenderías. Anda, prende la tele.