martes, 31 de marzo de 2009
Del tal Vila-Matas (o Leyendo a Aristóteles entre links)
jueves, 26 de marzo de 2009
El lado oscuro
(nota de Érika P. Buzio, Reforma, Cultura, 26 de marzo de 2009)
Tras la noticia de esta nueva novela , ¡Aleluya!, procede el seguimiento periodístico de tal acontecimiento. El artículo inmediatamente anterior (porque la publicidad es una cosa diaria y sincera) comienza así: "Tras la intervención militar de Estados Unidos en Iraq, Laila busca entre los muertos a quienes ama, en medio de una devastación civil que sólo pudo ser provocada por la indiferencia de los ejércitos infieles" y continúa
"De ese paisaje desolador surge El jardín devastado, novela de corto aliento con la cual Jorge Volpi ensaya un estilo radicalmente distinto a su Trilogía del Siglo 20, conformada por En busca de Klingsor (1999), El fin de la locura (2003) y No será la tierra (2006)" ("Narra Volpi desolación iraquí", nota de Óscar Cid de León, Reforma, sección cultural, 6 de noviembre de 2008).
Que el lado oscuro de JV es de corto aliento lo sabemos desde hace diecisiete años cuando dio a las prensas su A pesar del oscuro silencio. A pesar, sí, tituló nuestro Anakin nacional lo que hoy reaparece como motivo estructural de su narrativa. Pero hay más. Dos declaraciones relativamente recientes. La primera, una paráfrasis de su conferencia en la preclara Facultad de Derecho de la UNAM. Dice la nota:
"Fue un acierto estudiar derecho y luego tener cercanía con el poder —por ejemplo como colaborador de procuradores— porque esas experiencias le permitieron tocar directamente la realidad y no quedarse con la perspectiva <
La segunda, un artículo para El cultural (30/01/2009):
"Era 1990 y, luego de mi primer verano en Europa, regresé a mi torturante experiencia como estudiante de Derecho de la Universidad Nacional de México. Aunque desde los dieciséis años había tomado la insensata decisión de dedicarme a la literatura, había sucumbido a la presión, más de los amigos que de la familia, de dedicarme a una profesión normal que me permitiese financiar mi pasión literaria".
La insensatez, por lo demás, trasciende (o justifica o fundamenta o todas juntamente) cualquier contradicción espuria. Pero, aceptémoslo, aunque aquí nos guste barrer para adentro también otorgamos honor a quien honor merece. Así, para limpiar un poco tanta (auto)difamación, nos sumamos firmemente al comienzo de esta última novela:
"Odio ser humano. Huyo entre las sábanas y, apenas parpadeo —el espejismo de la noche—, reencuentro mi estirpe carroñera. Mi consuelo es no haberme jamás reproducido, o así lo espero."
lunes, 23 de marzo de 2009
Paréntesis Luso
“(Los pájaros cuando mueren—explicó el padre—flotan panza arriba en el viento)”, escribió un buen día de mil novecientos ochenta y uno António Lobo Antunes en su novela A explicação dos pássaros. Un paréntesis que, luego de las últimas declaraciones del viejo, se me ocurre central.
Hay muertes y hay muertes, pero no hay vidas eternas. La muerte física de Lobo Antunes puede ser todavía lejana; la literaria—también inevitable—incluso más, mucho más lejana. Su prosa le ha asegurado un vuelo de cadáver alado que, al sobrepasarnos a todos, se nos antoja eterno. Pero esas muertes, esos vuelos que en paréntesis lusitano explicó el padre, imposibles entre los hombres vivos, no son siempre pulcros. Ahora Lobo Antunes anuncia su silencio con que nos castiga. No sospechaba el mundo editorial, dice, cuando publicó su primer libro, y al decirlo pretende tomar distancia de tal mundo tras habitarlo durante treinta años. Se quiere inocente, y yo me pregunto qué dijo Gombrowicz ya al respecto. Ahora resulta que el viejo está fastidiado del medio, de las publicaciones, de los premios, del—son sus palabras—engranaje editorial y de agentes. Y Enrique Vila-Matas corona la decisión del viejo con un breve homenaje, Una aventura realmente siniestra, donde escribe que “…Lobo Antunes me recordó el día en que Bufalino, tras haber publicado varios libros después de Perorata, decidió regresar al silencio y habló del paisanaje cargante que había visto circular por la pista de su aventura siniestra. "No quiero seguir entre esos miserables, esa gente es terrible", afirmó…” Legítima, la reacción de Bufalino, luego del primer premio. Pero yo he perdido la cuenta de los premios de Lobo Antunes, y me ronda por la cabeza que en la misma tercera novela del prosista lusitano más cabrón desde Pessoa, A explicação dos pássaros, también se lee: “Escribir es una idiotez, ¿entiendes?, cuando no se gana el Nobel: deja la carrera”; versión del influyentísimo en nuestra lengua—lo es por sus traducciones de António—Mario Merlino.
Hay silencios y hay silencios, pero no hay silencios publicitados. Deja la carrera, dice el personaje de António, y António la deja con bombo y platillo, luego de treinta años, sin despejo, ejecutando la parte del ritual que le corresponde en el engranaje editorial. Yo no sabía, nos dice, ay. Y Vila-Matas lo secunda. La dignidad que António quiere para sí con estas declaraciones hubiera sido suya si algún otro buen día, como Rulfo, burlándose de las explicaciones, simplemente hubiera dejado de escribir.
domingo, 22 de marzo de 2009
La envenenada
"En uno de los barrios de los suburbios de una gran ciudad, uno de los literatos no tenía asunto", escribe Felisberto al inicio de "La envenenada". Lo que a partir de allí sigue es una larga pesquisa sobre la invención. La búsqueda estética -cuando la hay- que fundamenta los procesos de producción y reproducción artística (escritor y lector, en este caso) se rige bajo las mismas reglas. Partimos de esta falsa premisa para llegar a una menos apócrifa: aun aunque los criterios de búsqueda sean los mismos, la interpretación que se deriva de la lectura tiende a variar consistentemente de la interpretación o planeación de la escritura. Esta aparente ruptura entre autro y lector es intranscendente en la medida en que ambos deben convertirse en modelos para posibilitar el tránsito entre la creación y la recreación. Lo que importa, en todo caso, son las herramientas que posibilitan la existencia de ambos polos. Palabrerías más, palabrerías menos, se habla aquí de la tradición literaria, ese concepto que posibilita el diálogo entre uno y otro extremos.
Felisberto lo sabía al escribir esta narración cuyo género es el del anticlímax. Tópico primero: el escritor debe observar la realidad que lo circunda para después transformala y representarla. Tópico segundo: debido a esa capacidad, la labor del escritor es fundamentalmente pedagógica puesto que muestra cosas que los simples mortales no son capacer de ver. Tópico tercero y, por fortuna, último: el escritor es un ser especial. Frente a esto, parecería decir el escritor del cuento y su autor, mejor no escribir. Contra estos lugares comunes la propuesta queda clara: la mentira como género literario.
¿Podría acaso suceder a la inversa del cuento de uruguayo? "En uno de los barrios de los suburbios de una gran ciudad, uno de los lectores no tenía asunto". De la misma manera que el escritor, parricida por vocación, asesina a sus padres para hacerce de un oscuro lugar en el ágora, el lector debería reclamar para sí una tradición que lo definiera como reproductor y recreador. Afirmar, por ejemplo, que el único integrante real del boom, su creador y sepulturero, es William Faulkner, o que la paradoja de Zenón (para demostrar que lo hasta aquí dicho ha sido dicho ya) suena a Kafka. Si hay un lector, éste ha de ir en busca de la envenenada, a deslumbrarse frente al macabro acontecimiento de una muerta en el río y a volver luego a casa luego, con ganas de olvidarlo todo.
Además, la esposa de Felisberto era una espía rusa.
domingo, 8 de marzo de 2009
Imagen del mal
La malignidad de los viejos tiene para el resto del mundo cierta comicidad, igual que un lapsus verbal o un anacronismo, piensa el policía Morvan durante
Cuando Morvan piensa en el resto del mundo, por lo visto, se permite ser generoso o amable u optimista o acaso sólo ingenuo.
Un ejemplo de lectura caníbal de la tradición, propuesta a lo largo de este blog—con tres contraejemplos de excesos niños.