jueves, 6 de diciembre de 2007

(Re) flexiones sobre una comparación

Comienzo con una cita que ayer se apareció azarosamente: “Lengua y estilo son fuerzas ciegas; la escritura es un acto de solidaridad histórica. Lengua y estilo son objetos; la escritura es una función: es la relación entre la creación y la sociedad, el lenguaje literario transformado por su destino social, la forma captada en su intención humana y unida así a las grandes crisis de la Historia.” (Barthes, El grado cero..., p. 22.). ¿Qué pasaría si, jugando, cambiamos las palabras “histórica” e “Historia” por “literaria” y “Literatura”?; ¿qué, si en lugar de hablar de solidaridad hablamos de compromiso? Hablar del compromiso artístico del arte es hablar, creo, de tradición y, por lo tanto, hablar de muchas cosas y de nada. Podemos seguir con la ficción y aceptar que hay Una tradición literaria, pero negaríamos el hecho de que cada escritor responde siempre a su muy particular experiencia (artística, por supuesto). Entonces, cada escritor es en sí mismo un canon tan poco autorizado y válido como El canon, pero quizá mucho más práctico, en el sentido en que es un canon puesto en práctica, ejercitándose, y no una colonia de mausoleos.

Lo que sigue: ¿puede existir una tradición extra-literaria? Me refiero a toda una conjunción de circunstancias, actitudes, opiniones que también, ignoro si para bien o para mal, forman parte del ambiente literario. ¿Podemos hablar de la marginalidad literaria como tradición? Porque si en efecto podemos, agrupar, de principio, a Roberto Arlt, Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti (por ejemplo) no suena tan desvariado. De principio, repito, porque quedarse allí, con la etiqueta de marginales sería absurdo. Otro ejemplo: Contemporáneos y Estridentistas. Como podemos leer, no hay la divergencia que quizá uno esperaría entre la narrativa de ambos “movimientos”. Tengo la duda de si en la obra poética sucedería lo mismo, no lo creo, pero será un buen ejercicio de cualquier semana entrante. Pensar en los Estidentistas, para mí, es pensar en unas pocas líneas que acaban siempre con el “¡Viva el Mole de Guajolote!”:

“Excito a todos los poetas, pintores y escultores jóvenes de México, a los que aun no han sido maleados por el oro prebendario de los sinecurismos gobiernistas, a los que aun no se han corrompido con los mezquinos elogios de la crítica oficial y con los aplausos de un público soez y concupiscente, a todos los que no han ido a lamer los platos en los festines culinarios de Enrique Gonzalez Martínez, para hacer arte con el estilicidio de sus menstruaciones intelectuales...”

¿Cuál de los Contemporáneos hubiera ya no escrito, pero siquiera firmado esto? Pienso también en el Café de Nadie, en la xalapeña Estridentópolis. Pienso en actitud, pues. Al pensar en Villaurrutia o Gorostiza u Owen pienso en figuras retóricas, en sapiencia, en alta poesía. Hablo únicamente de mi malformación como lector que, por fortuna, ni siquiera roza el famoso “cualquier parecido con la realidad...”. Pienso en margen contra centro, pero, de nuevo, hablo de algo más que de lecturas. Habrá ya estudios que demuestre, seguro, que fueron los Contemporáneos mucho más vanguardistas que los Estridentistas, literariamente; habrá los que no. En lo que seguimos platicando al respecto, me pondré a releer poesía. Como sea, todavía no hay quien apague el sol a sombrerazos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No se le puede negar un rasgo "cosmopolita" al Estridentismo: al igual que las vanguardias europeas, las vanguardias mexicanas hicieron del Manifiesto un nuevo género literario.
Por otra parte, sí es posible que un Contemporáneo concibiera algo similar al citado manifiesto estridentista: si le cambiáramos el nombre de "Enrique González Martínez" por el de "Alfonso Reyes", Salvador Novo lo hubiera firmado con gusto.

extemporáneo dos dijo...

Claro, y el título del libro de Monsiváis me parece que viene al caso: "lo marginal en el centro", palabras que nos encaminan de nuevo a las palabras del post.