sábado, 16 de enero de 2010

Haz y envés de una verdad

Nuevo tattoo de Pedro Juan Gutiérrez, todavía con costrita

En este mundo nadie dice la verdad.
Todo es mentira. ¿Por qué voy yo a decir la verdad?

Pedro Juan

Uno lee Antes que anochezca y queda asqueado. No se me escapa que Reinaldo, malo malo, escribió encabronado, o más bien dictó encabronado ese libro, entre tos y tos, contaminado hasta la punta de los pelos con el VIH -- y con política chafa. Carcomido ya su cerebro por el rencor y por el miedo, nos entregó en sus memorias acusaciones y perogrulladas: que Castro es responsable de la muerte de muchos miles de cubanos, que en Cuba se aprende a ser varoncito metiéndose penes anónimos a oscuras entre la mierda de los baños públicos, que en el ejército de Fidel son todos pájaros et caetera. Aburre, la verdad. O aburriría, perdón, si el libro monotemático -- ego, homosexualidad, Castro o: los odio a todos, pero denme (por) el culo -- no implotara con la imaginación del autor, enfermo, enfermo, ya se dijo. Guácala, pero qué divertido libro; nadie le crea nada. Uno queda asqueado, pues, pero sólo porque así lo quiso el mundo limitadísimo de Reinaldo, reventado por su imaginación hilarante. Pero luego alguien hace de las memorias de Reinaldo una película, en Hollywood, por supuesto -- toma, Castro, toma Castro --, y la gente de bien encuentra interesante, realista, moral, liberal, progresista y todas esas virtudes de occidente explotar la imagen del pobre genio latinoamericano que, cómo no, denuncia las amarguras de su dictador en turno, que todos ellos son uno, que da lo mismo Cuba que Venezuela que Bolivia que Perú, que al cabo ni se sabe ubicar esos pueblos tiranizados en el mapa. Es así que escritores como Pedro Juan Gutiérrez encuentran la savia de su arte. Lo bueno de Pedro Juan es que implica dos verdades. No hay héroe, nos cuenta, pero hay alguien por ahí que tiene hambre y que siente comezón y envidia y orgullo, un derrotado que sufre y sufre y a veces no o no tanto, pero que luego se va, carcomido ya su cerebro por el rencor y por el miedo, sin dejar ni el mínimo rastro; desaparece. Y el mundo ni se entera. La otra verdad que implica Pedro Juan: hay fórmula para el éxito, muchachos, al cabo la literatura es lo de menos. Guácala, pero qué aburridos libros; créanles todo.

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