miércoles, 17 de febrero de 2010

Lo bueno y lo malo


"Lo bueno es que escribir no sirve para nada de lo que uno quiere. Escribir es un límite, un dolor, un defecto más. Lo bueno es que después de hacerlo te sientes pésimo. Nada ha cambiado, todo sigue en su sitio. Lo bueno es que escribes y sigues soñando con la mujer del vecino, sueñas que la tienes agarrada por las orejas hundiéndole los pelos. Lo malo es que escribir no cura tus deseos asesinos, que asaltar un supermercado sigue siendo tu objetivo imposible. Lo malo es que aún deseas un amor inolvidable. Lo bueno es que escribir es otra forma de cagar y masturbarte" (Efraim Medina Reyes, Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (Música de Sex Pistols y Nirvana, p. 87))

"Se escribe a despecho de la innecesidad de esa misma escritura. Karl Kraus se preguntaba por qué escribe un hombre, encontrando una respuesta ingeniosa, y, desde la perspectiva que deseamos adoptar, absolutamente rigurosa con una realidad sicológica que relaciona la escritura con la tentación de construir existencia (o prolongar karma): el hombre escribe porque no posee carácter suficiente como para no escribir" (Fernando R. de la Flor, Biblioclasmo. Una historia perversa de la literatura, p. 183)


La única manera eficaz de dinamitar la propia lectura es el cotejo a discreción. La puesta en abismo de una poética sucia de la escritura, la novela, con un engranaje crítico cuyo tema es el espacio negativo de la misma, el bilbioclasmo.

Leer se convierte a un tiempo en subversión y en sinsentido. La insensatez del otro mundo que recoge y burlonamente acoge ambas opiniones tópicas según las cuales o lees para reconocerte o lees para evadirte. La recreación, dentro de esta dicotomía, se considera una triviliadad apenas.

No es nada nuevo, pero cada vez más el espacio típico de reflexión literaria aparece en la ficción, a veces maquillado y a veces sin afeite alguno. Los que nos honran con sus letras se preguntan -no más seguido, pero sí más explícitamente- sobre las razones que los llevan a escribir, y entre tópico y lugar común algunas buenas respuestas aparecen. Pero algunos olvidan la más sencilla y menos retórica de todas las réplicas, escriben para que alguien los lea, aunque ese lector insospechado sean ellos mismos antes de cometer la metáfora de romper la página.

Lo otro es más importante -o no- pero menos popular aún, ¿para qué leemos?

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