Se aglomeran en los encuentros, en los congresos, en los callejones de venta de viejo y en las ferias temporalmente montadas en estadios, en zócalos. Las organizaciones académicas elevan con obscenidad los precios de acceso y las inscripciones. Las constancias. Y ni un sitio libre queda. Ni palco ni gayola ni grada. Se permanece de pie, a cien, doscientos metros de la mesa, como en la Eterna cierto "Prólogo", de puntillas, entre otros prólogos asomaba por captar quizá el principio de su "Capítulo"... Se subastan las novedades y los lectores mexicanos, con holgura y pedantería, disputan todo ejemplar a dentellada y cheque. ¡Lectores, copiosamente lectores, masiva, letal, sobrenaturalmente lectores!
jueves, 23 de septiembre de 2010
Canto al tercermilenario macehual
Se aglomeran en los encuentros, en los congresos, en los callejones de venta de viejo y en las ferias temporalmente montadas en estadios, en zócalos. Las organizaciones académicas elevan con obscenidad los precios de acceso y las inscripciones. Las constancias. Y ni un sitio libre queda. Ni palco ni gayola ni grada. Se permanece de pie, a cien, doscientos metros de la mesa, como en la Eterna cierto "Prólogo", de puntillas, entre otros prólogos asomaba por captar quizá el principio de su "Capítulo"... Se subastan las novedades y los lectores mexicanos, con holgura y pedantería, disputan todo ejemplar a dentellada y cheque. ¡Lectores, copiosamente lectores, masiva, letal, sobrenaturalmente lectores!
lunes, 13 de septiembre de 2010
Manifiesto (otro)
No había actualizado este blog últimamente porque no me parecía que hubiera algo que decir. Al cabo, quienes me alimentan, esos escritores de ficción mexicana, no han publicado un libro decente en bastante tiempo, esos Macedonios Fernández, esos Robertos Arlt o Bolaños, esos Felisbertos Hernández, esos Juan Josés Saer, no han publicado algo nuevo ni interesante, los mexicanos, ni espero que lo hagan, porque ya se vio recientemente con un tal Cortázar: cuando lo hacen, si lo hacen, ya no son ellos ni son nada. Debido a esto, ya no leo, o ya no leo literatura, o ya no leo literatura mexicana, que cada día es mierda menos densa, lo que quiere decir: cada día se libera un poquitín más por los aires, o hiede más, para que me entiendan. Pero si ya no leo literatura mexicana, porque ya no hay, qué leo, se preguntarán los seguidores de Extemporáneos. Ay, no se desesperen. Leo lo mismo que ustedes, muchachitos, leo internet, leo la Wikipedia, que es todo y tiene todo, leo las redes sociales y el gossip actualizado con su vocabulario actualizado, que todo lo demás importa menos a cada gramito que se evapora y se disipa por los aires como quiso Octavio Paz: así es más real. Así pues, yo, que soy la literatura, o más modestamente: la literatura mexicana, yo, digo, que hablo en nombre de todos aunque no todos quieran o aun sepan, digo, te digo, que no cierres esta ventana y que sigas leyendo lo que hay que leer, éste y todos esos weblogs de todos lados, en los que todos saben quiénes son los escritores mexicanos, esos Macedonios Fernández, esos Robertos Arlt o Bolaños, esos Felisbertos Hernández, esos Juan Josés Saer, y en los que todos han leído ya todos los libros, por supuesto, ¿La Odisea?, qué va, ¿El Quijote?, ¿Moby Dick?, cómo no, ¿El Alquimista? Todo parejo. Todos a por la lectura eficiente de la red, que contiene todo y sabe todo, y a cerrar esas novelotas que no tienen nada que ver con nuestros tiempos ni con nuestra realidad, que la ambición es una fea costumbre, y que para empresas de más de tres minutos el cyberespacio ofrece también soluciones, como el onanismo electrónico. Este es el mundo y estos son nuestros escritores, chingá.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
La biblioteca o el jardín 2
“¡Quién hubiera creído que usted, que se lo pasa pensando o escribiendo, fuera tan favorable a una joven enamorada!” –exclama Adriana, la protagonista de la “última novela mala”, dirigiéndose a Eduardo de Alto. Y el alter ego de Macedonio responde: “Yo estudio pero creo que el estudio en sí mismo no tiene valor moral alguno. La ciencia y el arte sólo honran a la humanidad si han de servir para acrecentar su facultad de amar. Y es muy dudoso que conduzcan a ello”. Esa duda palpita en la escritura de Macedonio, con igual fuerza que la curiosidad y el placer que lo empujan a seguir estudiando, pensando, escribiendo... leyendo.
En un fragmento de Museo el triunfo de la biblioteca sobre el jardín se tiñe de culpa (“Quizá este sufrimiento y tanto fracasar anejo al anhelo artístico, es el castigo de quien prefiere soñar a vivir, arte a vida, cuando la vida nos tiene una Eterna en quien toda belleza halló figura, latido, respiro...”); en el Diario de vida e ideas, de enojo: Macedonio opone en esas notas las categorías de intelectual –quien elije la biblioteca– e inteligente –quien opta por otro espacio asociado con la experiencia y la naturaleza; un sitio más extremo que el jardín... la selva. Al darse cuenta de que su cuaderno contiene más del saber ajeno que de la propia experiencia, se interrumpe burlonamente: “Qué Unamuno estoy”, y en nota explica: “¿Por qué retornó Unamuno de Mallorca a Salamanca sino porque es un intelectual, no un inteligente? ¡Suicidarse en una Biblioteca en lugar de renacer en las selvas y sol de Mallorca! Lo compadezco como él a sí mismo”. La cautela frente a las redes de la biblioteca se nota también en la dedicatoria de No toda es vigilia... a los jóvenes lectores. Al encumbrar ahí su concepto de “Pasión”, Macedonio lanza un exhorto: “De ella tomo mis dogmas, amigo joven: busca la soledad de dos, la Altruística, y no te extravíen de tu fe en la Pasión las solemnidades de la ciencia, el arte, la moral, la política, los negocios, el progreso, la especie [...]”. Y es precisamente la Pasión lo que puede hacer que la biblioteca y el jardín se fundan en un mismo espacio armónico.
Es cierto que “a Macedonio el amor le parecía aún más prodigioso que el arte”, como sospechó Borges. Pero su opción por la experiencia tiene que ver sobre todo con su rechazo de la erudición (ese "modo aparatoso de no pensar") y de las instituciones asociadas a ella –la biblioteca inclusive; las escenas más memorables de lectura en su ficción ocurren siempre en otros sitios: la finca, el campo, el café, el tranvía, la pensión o la habitación propia.
“He intentado varias veces emprender el estudio de la filosofía, pero siempre me ha distraído la felicidad”. Esta frase, que tiene una larga historia de usos en la que figuran Boswell, Hudson y Borges, se atribuye con frecuencia a Macedonio. Hace eco en esta otra: “Like all young men I set out to be a genius, but mercifully laughter intervened”, que sin embargo no pudo conocer pues fue escrita por Durrell en 1960 (Clea). Al margen de las autorías, lo cierto es que ambas resumen muy bien su elección, siempre en favor de esa búsqueda hedónica que concibió como experiencia.
miércoles, 18 de agosto de 2010
Del testamento al autosabotaje
viernes, 13 de agosto de 2010
La biblioteca o el jardín 1
En noviembre de 2009 viajé a Buenos Aires rastreando las lecturas de Macedonio Fernández. Me sumergí en su archivo de manuscritos infinitos y en los restos de su biblioteca personal, y exploré también las estanterías de la biblioteca borgeana. Entre otras cosas, estos sitios me sugirieron lo siguiente:
En la historia del archivo de Macedonio hay una relación inversamente proporcional entre sus dos componentes: manuscritos propios y libros ajenos; mientras los primeros crecían en número, los segundos iban disminuyendo o dispersándose. Dejo el relato de esa dispersión para otro momento. Lo anterior no quiere decir, por supuesto, que Macedonio dejara de leer sino que el atesoramiento de libros no le interesó. A diferencia de Borges, no manifestó pasión de coleccionista. La desproporción entre las bibliotecas que Macedonio y Borges dejaron tras su muerte –la pequeñez de la del maestro, escuálida frente al portento de la del discípulo– tiene que ver, entre otras cosas, con el modo en que resolvieron (tanto en sus vidas como en sus textos y en la imagen de sí mismos que proyectaron) lo que podríamos llamar el conflicto entre la biblioteca y el jardín; la pugna entre los libros y la vida, entre lectura y experiencia.
“Todo esto forma parte de una tradición literaria: cómo salir de la biblioteca, cómo pasar a la vida, cómo entrar en acción, cómo ir a la experiencia, cómo salir del mundo libresco...” –dice Piglia en El último lector. Otras veces, el problema es entrar o permanecer en la biblioteca. Macedonio y Borges fundieron en su obra esta encrucijada personal con otros tópicos (las armas y las letras, civilización y barbarie) y la moldearon con visiones ya clasicistas, ya románticas, de sus figuras de autor. Poco a poco, recorreré algunas huellas de este dilema en su escritura.
“Quiero escribir, pero todo me rebasa. No soy escritor pero debo ser algo. Le dije a un amigo: ‘quiero ser lector’” –me dijo un extemporáneo. “¿Para qué leemos?” –pregunta otro extemporáneo, en un post anterior. No lo sé, pero quizá la experiencia de la batalla silenciosa, a veces desgarrante, entre la biblioteca y el jardín sea uno de los síntomas que hermanan a los lectores.
lunes, 28 de junio de 2010
Leonid Tsypkin
lunes, 1 de marzo de 2010
Bicentenario—del matrimonio entre Napoleón y María Luisa
miércoles, 17 de febrero de 2010
Lo bueno y lo malo
"Lo bueno es que escribir no sirve para nada de lo que uno quiere. Escribir es un límite, un dolor, un defecto más. Lo bueno es que después de hacerlo te sientes pésimo. Nada ha cambiado, todo sigue en su sitio. Lo bueno es que escribes y sigues soñando con la mujer del vecino, sueñas que la tienes agarrada por las orejas hundiéndole los pelos. Lo malo es que escribir no cura tus deseos asesinos, que asaltar un supermercado sigue siendo tu objetivo imposible. Lo malo es que aún deseas un amor inolvidable. Lo bueno es que escribir es otra forma de cagar y masturbarte" (Efraim Medina Reyes, Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (Música de Sex Pistols y Nirvana, p. 87))
"Se escribe a despecho de la innecesidad de esa misma escritura. Karl Kraus se preguntaba por qué escribe un hombre, encontrando una respuesta ingeniosa, y, desde la perspectiva que deseamos adoptar, absolutamente rigurosa con una realidad sicológica que relaciona la escritura con la tentación de construir existencia (o prolongar karma): el hombre escribe porque no posee carácter suficiente como para no escribir" (Fernando R. de la Flor, Biblioclasmo. Una historia perversa de la literatura, p. 183)
La única manera eficaz de dinamitar la propia lectura es el cotejo a discreción. La puesta en abismo de una poética sucia de la escritura, la novela, con un engranaje crítico cuyo tema es el espacio negativo de la misma, el bilbioclasmo.
Leer se convierte a un tiempo en subversión y en sinsentido. La insensatez del otro mundo que recoge y burlonamente acoge ambas opiniones tópicas según las cuales o lees para reconocerte o lees para evadirte. La recreación, dentro de esta dicotomía, se considera una triviliadad apenas.
No es nada nuevo, pero cada vez más el espacio típico de reflexión literaria aparece en la ficción, a veces maquillado y a veces sin afeite alguno. Los que nos honran con sus letras se preguntan -no más seguido, pero sí más explícitamente- sobre las razones que los llevan a escribir, y entre tópico y lugar común algunas buenas respuestas aparecen. Pero algunos olvidan la más sencilla y menos retórica de todas las réplicas, escriben para que alguien los lea, aunque ese lector insospechado sean ellos mismos antes de cometer la metáfora de romper la página.
Lo otro es más importante -o no- pero menos popular aún, ¿para qué leemos?